viernes, 31 de agosto de 2007

El cielo y el infierno.

Por supuesto que no te odio,
¡dios me libre de tener que hacerlo!
lo que odio es haberte tenido
para después perderte.

Lo que odio es que aún me acuerdo de tí,
que a veces te aparezcas en sueños y pesadillas,
lo cual revela que estás metidote en el inconciente,
aunque mi conciente y yo te ignoremos.

Lo que odio
es no saber qué hacer con las emociones,
que no es que se revuelvan con los recuerdos,
sino que son como tener en mi interior un gran baúl
a prueba de fugas de información
y con el cual me tropiezo a cada rato...

Odio haber conocido el cielo, luego el infierno,
así como el fétido olor y pútrido sabor de
la decepción,
la traición,
el abandono,
la desilusión,
la desconfianza,
la miseria humana...

Lo que odio es pensar que eras para mí,
que yo era para tí,
y que el destino o la fatalidad,
haya querido que no estemos juntos...

Luego entonces

vida, destino...
¿para qué haberlo conocido?

Lo que odio es escuchar progresivo
y saber que eres el único,
en lo que yo he visto de mundo,
a quien también le hace volar.

Lo que odio es ir a un concierto
y no tenerte para abrazarte emocionada
por los requiebros de los requinto,
el rasgueo de las guitarras,
y por cómo el solista de la banda
desgarra con sus agudos la negrura de la noche.

Lo que odio es sentirme sóla

en un mundo que a veces
se me antoja vano y elemental.

Lo que odio es no tener esas largas charlas
sobre la existencia del ser,
la divinidad,

la trascendencia,
la física de los objetos,
el poder de los elementos,
la creación,

la música
y la belleza de las matemáticas.

Lo que odio es ya no escuchar
tus largos monólogos entre el piano y tus emociones;
esos instantes en los que pegándole al dientón,
te sustraías con la música.

Odio que te odiaras tanto,
que fuera incapaz de ser feliz...

Odio es que creyeras que la vida te debiera algo,
si ya te había dado vida.

Odio que esperara-n-s tanto de tí

y te urgiera-n-s por la trascendencia;
¿a qué fin?
si tú eres magnífico por el simple hecho de ser y estar.

Odio ya no percibir tu olor a tabaco,
el timbre grave de tu voz,
ya no enredarme en la maraña de tu barba y bigote
y no sentir tu abrazo protector.

Lo que odio es que te parecieras tanto

a lo que yo deseo y espero de un hombre.

Lo que odio es no querer interactuar con nadie más...
por el puritito miedo.

Lo que odio es saber que aún vives en algún lugar del universo.

No obstante soy feliz y vivo en paz,
pero odio no poder compartir esa felicidad contigo...

Y odio saber que aunque volvieras,
aunque desandaras tus pasos
y decidieras volver a estar junto amí
yo ya no confío en ti.

Odio saber que lo sé,
que lo sabemos,
que me abandonaste,
me traicionaste
y eso es algo que no podemos cambiar...

Odio decidir que no debo ni puedo estar junto a tí,
lo cual decide mi inteligencia emocional,
y que odia mis emociones revueltas
y mis estúpidas añoranzas por tu persona...

Ojalá estés muy bien,
increíblemente feliz y pleno,
que haya valido haber hecho mierda este amor,
que en verdad parecía hecho en el cielo...

Odio, en verdad odio,

haberte tenido y luego que un día desparecieras...